Los más bajitos de la escuela
charlaban en el patio sobre los viajes que iban a hacer con sus familias en
vacaciones de invierno. Martin miró para el rincón donde estaba Amanda y se
acercó para ver qué le pasaba. Ella, sola y en silencio, no participaba de la
conversación porque no conocía otra cosa que no sea el campo con las vacas y
los caballos.
Amanda era morocha y un poco más alta que sus
amigas. Siempre bien peinada y educada. No tenía hermanitos y sus papás trabajaban
en el campo cuidando la casa de su patrón. Tenía que acostumbrarse a su primer
año de escuela en el pueblo durmiendo de lunes a viernes en la casa de su
abuela. La última campana del viernes tocó para la felicidad de todos los
chicos.
El lugar adonde viajó Martín fue realmente muy
hermoso. Una cabaña con vista a un río angosto de agua transparente acompañado
de muchos árboles y montañas gigantes. Todos los días, su papá lo llevaba con
su hermana en su bote a navegar mientras su mamá pintaba cuadros. El domingo
antes de volver, arrancó de su cuaderno una hoja y de su cartuchera sacó unos
lápices de colores para que su mamá dibuje el paisaje donde habían estado
pasando las vacaciones.
Cuando volvieron las clases, él se alejó de la
ronda donde charlaban de las anécdotas de los viajes para dar la hoja como
regalo. Amanda se enamoró de las montañas.
—¿Qué tan
grandes son? -preguntó con los ojos
bien abiertos.
—¡Muy grandes! Casi nadie puede llegar a la cima -respondió Martín.
Los dos miraron el dibujo con ganas de ir
juntos hasta allá.
Amanda le mostró a su familia el dibujo cuando
volvió al campo pero enseguida se dio cuenta de que no iba a poder ir. Lloró y
lloró todo el día. La hoja quedó oculta en un cajón hasta que una tarde su papá
la descolgó y se fue a caballo a visitar a sus vecinos.
El lunes dejaron a Amanda en el pueblo y
volvieron por el camino de tierra que tenía más tránsito que la ruta. Ese mismo
día autos, camionetas y un montón de camiones cargados de tierra iban al campo
donde vivía Amanda. Durante una semana se juntaron los paisanos y las paisanas
de toda la zona rural con sus palas para dar la forma. Trabajaron
incansablemente de sol a sol hasta que la campana sonó el viernes.
Amanda se despidió de sus amigas y subió a la
camioneta para volver a su casa. La cantidad de huellas que vio en el camino le
despertó curiosidad, pero no dijo nada hasta que vio una sorpresa enorme que
daba sombra al rancho de la familia.
“Es más alta que el vuelo de los pájaros”, susurró
con una sonrisa mientras la camioneta saltaba por un camino muy desparejo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario