Seguidores

viernes, 29 de mayo de 2020

"LAS MONTAÑAS DE AMANDA" - BRUNO CELIBERTI ILUSTRACIÓN- JEREMÍAS ORCAJO


Los más bajitos de la escuela charlaban en el patio sobre los viajes que iban a hacer con sus familias en vacaciones de invierno. Martin miró para el rincón donde estaba Amanda y se acercó para ver qué le pasaba. Ella, sola y en silencio, no participaba de la conversación porque no conocía otra cosa que no sea el campo con las vacas y los caballos.
Amanda era morocha y un poco más alta que sus amigas. Siempre bien peinada y educada. No tenía hermanitos y sus papás trabajaban en el campo cuidando la casa de su patrón. Tenía que acostumbrarse a su primer año de escuela en el pueblo durmiendo de lunes a viernes en la casa de su abuela. La última campana del viernes tocó para la felicidad de todos los chicos.
El lugar adonde viajó Martín fue realmente muy hermoso. Una cabaña con vista a un río angosto de agua transparente acompañado de muchos árboles y montañas gigantes. Todos los días, su papá lo llevaba con su hermana en su bote a navegar mientras su mamá pintaba cuadros. El domingo antes de volver, arrancó de su cuaderno una hoja y de su cartuchera sacó unos lápices de colores para que su mamá dibuje el paisaje donde habían estado pasando las vacaciones.
Cuando volvieron las clases, él se alejó de la ronda donde charlaban de las anécdotas de los viajes para dar la hoja como regalo. Amanda se enamoró de las montañas.
¿Qué tan grandes son? -preguntó con los ojos bien abiertos.
—¡Muy grandes! Casi nadie puede llegar a la cima -respondió Martín.
Los dos miraron el dibujo con ganas de ir juntos hasta allá.
Amanda le mostró a su familia el dibujo cuando volvió al campo pero enseguida se dio cuenta de que no iba a poder ir. Lloró y lloró todo el día. La hoja quedó oculta en un cajón hasta que una tarde su papá la descolgó y se fue a caballo a visitar a sus vecinos.
El lunes dejaron a Amanda en el pueblo y volvieron por el camino de tierra que tenía más tránsito que la ruta. Ese mismo día autos, camionetas y un montón de camiones cargados de tierra iban al campo donde vivía Amanda. Durante una semana se juntaron los paisanos y las paisanas de toda la zona rural con sus palas para dar la forma. Trabajaron incansablemente de sol a sol hasta que la campana sonó el viernes.
Amanda se despidió de sus amigas y subió a la camioneta para volver a su casa. La cantidad de huellas que vio en el camino le despertó curiosidad, pero no dijo nada hasta que vio una sorpresa enorme que daba sombra al rancho de la familia.
“Es más alta que el vuelo de los pájaros”, susurró con una sonrisa mientras la camioneta saltaba por un camino muy desparejo.