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jueves, 2 de abril de 2020

UN CUENTO DE BRUNO CELIBERTI

JOSEFINA

Hace mucho pero mucho tiempo comíamos asados en el campo de mi tío. Una mesa larga, repleta de cubiertos, bebidas y con mucha charla familiar se había convertido en la rutina de todos los domingos al mediodía. Eran los momentos más lindos, pero un día, vaya a saber uno porqué, todo se terminó.
En el día de la madre regresamos por un rato a la escena con la excusa de un cordero al asador. Rompí en pedazos esa idea de que nunca hay que volver al lugar donde uno fue feliz porque nada será como la primera vez. Yo sabía que las cosas no iban a estar igual que antes, pero no pude resistirme a decir que sí.
El verde siempre es el mismo, eso no fue diferente. Podrá tener distinto sabor un día nublado o soleado, pero es el verde, el pastito donde alguna vez rodé con una pelota o simplemente fue sostén para una nueva digestión.
Pero todo lo que lo maquilló fue desértico. El galpón lleno de herramientas ya no estaba, tampoco el motor villa que resonaba con todas las energías de la piecita de atrás, ni los pájaros, ni el juego de cubiertos de color azul, ni los cuadros, ni nada. Todo eso que me alumbró se había fugado. Un hilo del arroyo Chapaleofú pintó el horizonte cargado de nostalgia, con ganas de marchar pero le era imposible por su propia naturaleza.
Pensé en todo lo que viví en ese lugar mientras observaba lo que fue el gran gallinero, el agua que habrá corrido por el puente de nuestras vidas. Ya todos somos más grandes y mi tío, por supuesto también. A pesar de todo, estamos todos, los mismos de siempre, los de aquella vez y los de esta vez.
En ese momento de reflexión, Josefina, mi primita, pasó con su bicicleta púrpura rumbo al monte esquivando troncos y maleza que coqueteaban con darle un golpazo. No pude evitar recordar mi felicidad cuando jugaba a la pelota hasta cansarme o hasta que me la escondieran para que vaya a comer.
La llamé y vino hacia donde estaba. Le pedí prestada la bicicleta y quise subirme, yo también quería pedalear como ella. El intento fracasó, solo pude robarle una carcajada por mis muecas de fastidio por ya no poder entrar en una bicicleta de ese tamaño. El tiempo también pasó por mi casa. Se la devolví y me despidió.
Volvió al monte, sin antes voltearse para sonreírme sin mirar para adelante. A mi primita no le interesa todo lo que se vino abajo, ella sabe que el verde siempre será el mismo y la familia sigue unida y sonriente. Y Bruno, que ya creció, aprende lo verdaderamente importante cuando se refleja en ella. La razón por la cual este almuerzo es mejor que todos los demás vividos, se llama Josefina.
Bruno Celiberti

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