Tam Lin
Marcha triunfal del Rey de los Elfos por la noche, de Richard
Doyle (1824-83)
Janet, la hermosa hija de un conde de las Tierras Bajas, vivía junto a
su padre en un castillo de piedra gris rodeado por verdes praderas. Un día,
cansada de coser en su gabinete y de jugar largas partidas de ajedrez con las
damas de la corte de su padre, se puso un vestido verde, trenzó su pelo rubio y
salió sola a dar un paseo por los frondosos bosques de Carterhaugh.
Recorrió claros silenciosos donde brillaba el sol y el césped era tan
mullido como una alfombra. Bajo la sombra verde crecían exuberantes las rosas
silvestres y los largos tallos de las campanillas blancas formaban un dosel
sobre su cabeza.
Janet extendió la mano y cortó una rosa blanca para prenderla en su
cintura. Apenas había separado la flor de la rama, cuando apareció un joven
frente a ella en el sendero.
—¿Cómo te atreves a cortar las rosas de Carterhaugh y a pasar por aquí
sin mi permiso? —le preguntó.
—No quise hacer nada malo —se disculpó ella.
—Mi misión es proteger estos bosques y cuidar que nadie perturbe su paz
—dijo el joven.
Luego sonrió lentamente, como alguien que no ha sonreído durante mucho
tiempo, y cortó una rosa roja que crecía junto a la rosa blanca que Janet tenía
en la mano.
—Sin embargo, sería muy feliz si pudiera dar todas las rosas de
Carterhaugh a una dama tan hermosa como tú.
—¿Quién eres, joven gentil? —preguntó Janet mientras tomaba la rosa.
—Me llamo Tam Lin —respondió el joven.
—¡Oí hablar de ti! Eres el caballero elfo —exclamó Janet y arrojó la
rosa con temor.
—No temas, hermosa Janet —dijo Tam Lin—. Aunque me digan caballero elfo,
soy tan humano como tú.
Y Janet escuchó asombrada mientras Tam Lin contaba su historia.
—Mi padre y mi madre murieron cuando era muy pequeño y mi abuelo, el
conde de Roxburght, me llevó a vivir con él. Un día, mientras cazábamos en
estos mismos bosques, comenzó a soplar un viento extraño desde el norte, que
secó todas las hojas de los árboles. Sentí que me invadía un sueño profundo y
me fui alejando de mis compañeros hasta que me caí del caballo. Cuando me
desperté, estaba en la tierra de las hadas. La Reina de los Elfos me había
raptado mientras dormía.
Tam Lin hizo una pausa, como si estuviera recordando esa tierra verde y
encantada.
—Desde entonces —continuó—, estoy sujeto al hechizo de la Reina de los
Elfos. Durante el día cuido los bosques de Carterhaugh y por la noche regreso a
la tierra de las hadas. Oh, Janet, cómo quisiera regresar a la vida humana de
la que me arrancaron. Deseo con todo mi corazón verme libre del encantamiento.
Tam Lin hablaba con tanta pena que Janet preguntó ansiosamente:
—¿Y no hay ninguna manera de lograrlo?
Tam Lin tomó las manos de la joven entre las suyas.
—Esta noche es Halloween, Janet —dijo—, la noche entre todas las noches
en que hay una posibilidad de devolverme a la vida humana. En Halloween los
seres mágicos viajan a otra comarca y yo voy con ellos.
—Dime cómo puedo ayudarte —dijo Janet—. Lo haré de todo corazón.
—Al llegar la medianoche —le explicó Tam Lin—, debes ir a la encrucijada
y esperar allí hasta que pase la caravana de los seres mágicos. Cuando veas
acercarse al primer grupo, no te muevas y déjalos seguir su camino. Lo mismo
harás con el segundo grupo. Yo iré en el tercer grupo, montado en un corcel
blanco como la leche y llevaré una corona de oro en la cabeza. Entonces
correrás hasta mí, Janet. Derríbame del caballo y abrázame. No importa que
hechizos lancen sobre mí, abrázame fuerte y no me sueltes. De esa manera podrás
devolverme a este mundo.
Esa noche, poco antes de las doce, Janet corrió hacia la encrucijada y
se ocultó entre los arbustos espinosos. La luz de la luna centelleaba en el
agua de los arroyos, la sombra de los arbustos dibujaba figuras extrañas sobre
la tierra y las ramas de los árboles crujían aterradoramente sobre su cabeza.
El viento traía un leve sonido de galope. Se acercaban los caballos mágicos.
Janet sintió que un escalofrío le recorría la espalda y se encogió en su
capa mientras miraba expectante en dirección al camino. Primero vio el brillo
de los arneses de plata, luego la estrella blanca en la frente del caballo que
encabezaba el cortejo y pronto apareció ante su vista un grupo de seres mágicos
con caras pálidas de rasgos afilados en los que se reflejaba la luz de la luna
y extraños bucles élficos que se agitaban en el viento mientras cabalgaban.
Mientras pasaba el primer grupo, encabezado por la Reina de los Elfos
que montaba un corcel negro como la noche, Janet se quedó inmóvil y los miró
alejarse. Tampoco se movió cuando pasó el segundo grupo. Pero en el tercer
grupo distinguió el caballo blanco de Tam Lin y vio el brillo de la corona de
oro sobre su frente. Entonces salió de la sombra de los arbustos, corrió a
sujetar las riendas del caballo, derribó a Tam Lin de la silla y lo rodeó con
sus brazos.
Inmediatamente brotó un grito espectral:
—¡Tam Lin se escapa!
El caballo negro de la Reina de los Elfos corcoveó al sentir el tirón de
la rienda para detenerlo. La Reina se volvió y sus ojos hermosamente inhumanos
se detuvieron en Janet y Tam Lin.
Mientras Janet lo abrazaba con todas sus fuerzas, la Reina lanzó un
hechizo sobre Tam Lin, quien se fue encogiendo más y más hasta transformarse en
una lagartija escamosa. Janet la mantuvo apretada contra su pecho.
Luego sintió que algo se deslizaba entre sus dedos y la lagartija se
transformó en una serpiente fría y escurridiza que se le enroscó al cuello
mientras la sujetaba firmemente.
Un momento después, sintió un dolor ardiente en las manos y la fría
serpiente se transformó en una barra de hierro al rojo. Lágrimas de dolor
corrían por sus mejillas, pero Janet siguió abrazando a Tam Lin con la decisión
de enfrentarse a lo que fuera para salvarlo.
Por fin, la Reina de los Elfos comprendió que había perdido a Tam Lin
para siempre por la fuerza del amor de una mortal y le devolvió su aspecto
original. En brazos de Janet, Tam Lin era nuevamente un ser humano. Janet lo
envolvió triunfalmente en su capa. Y mientras la caravana reanudaba la marcha y
una afilada mano verdosa tomaba las riendas del caballo en que había montado
Tam Lin, se escuchó la voz de la Reina de los Elfos en amargo lamento:
—Hemos perdido al más apuesto de todos los caballeros de mi cortejo en
manos de los mortales. ¡Adiós, Tam Lin! Si hubiera sabido que una mortal sería
capaz de arrancarte de mi lado con su amor, te habría quitado el corazón humano
y puesto en su lugar un corazón de piedra. Y si hubiera sabido que la hermosa
Janet vendría a Carterhaugh, habría transformado tus ojos grises en un par de
ojos de madera.
Mientras la Reina hablaba, la pálida luz del amanecer comenzó a iluminar
la tierra. Con un grito sobrenatural, los jinetes mágicos espolearon sus
caballos y se alejaron a toda velocidad. El sonido de las campanillas de los
arreos se desvaneció en la distancia.
Tam Lin besó las manos ampolladas de Janet y juntos regresaron al
castillo de piedra gris.
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