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viernes, 28 de agosto de 2020

EL PERRITO QUE NO PODÍA CAMINAR

Bo era un perrito muy alegre y juguetón que no podía caminar desde que nació porque tenía una parálisis en las patas traseras. Amina, una niña que lo vio al nacer, convenció a sus papás para llevarlo a casa y cuidarlo para evitar que lo sacrificasen.

Bo y su pequeña dueña Amina jugaban mucho juntos. El perrito se esforzaba por moverse usando solo sus patas delanteras y, puesto que no podía saltar y apenas moverse, ladraba para expresar todo lo que necesitaba. A pesar de las dificultades, Bo era un perro feliz que llenaba de alegría y optimismo la casa en la que vivía.

Un día los papás de Amina llegaron a casa con Adela, una niña de la edad de Amina que iba vivir con ellos una temporada. Cuando Bo la vio se arrastró enseguida a saludarle y a darle la bienvenida con su alegría de siempre. Pero Adela lo miró con desprecio y se echó a llorar.

Bo no se rindió e intentó hacer todas las tonterías que sabía para hacerla reír, pero no nada funcionaba y Adela no dejaba de llorar.
- No te preocupes, Bo- decían los papás de Amina-. Adela está triste porque viene de un país muy pobre que está en guerra y ha sufrido mucho. Está triste porque ha tenido que separarse de su familia.

Bo pareció entender lo que le decían, porque se acercó a Adela y se quedó con ella sin ladrar ni hacer nada, sólo haciéndole compañía.

La tristeza de Adela fue poco a poco inundando la casa. Todos estaban muy preocupados por ella, porque no eran capaces de hacerla sonreír ni un poquito.

Pasaron los días y Bo no se separaba de Adela, y eso que la niña lo intentaba apartar y huía a esconderse cuando lo veía e incluso protestaba cuando Bo intentaba jugar con ella.

Pero el perrito no se daba por vencido. Cuando Amina estaba, Bo jugaba con ella mientras Adela miraba y, aunque no sonreía, dejaba de llorar cuando Bo jugueteaba y hacía sus gracias.

Un día que Amina no estaba a Bo le entraron muchas ganas de jugar y se le ocurrió intentar que fuera Adela quien jugara con él. Como la niña no le hacía caso, Bo no paraba de moverse y, de pronto, se chocó contra una mesa tan fuerte que se le cayó encima un vaso de leche. El vaso no se rompió porque era de plástico, pero empapó al pobre Bo de leche y lo dejó paralizado del susto.

Adela, cuando lo vio, le quedó mirando al perrito sin decir nada. De repente, se echó a reír, viendo lo gracioso que estaba el perrito lleno de leche con su cara de susto.

Cuando Bo vio que Adela se reía, empezó a lamerse la leche y a hacer más tonterías mientras la niña, sin parar de reír, intentaba limpiarlo con el mantel. Cuando Amina y sus vio lo que se reía Adela se alegró muchísimo, y corrió a decírselo a sus papás. Por fin todos volvían a estar alegres.

A pesar de no ser un perrito como los demás, Bo fue el único capaz de lograr que la alegría y el optimismo volvieran a aquella casa.

miércoles, 26 de agosto de 2020

POESÍA GRILLITO

El grillito que está en mi ventana

tiene un ala con una manchita azul,

y cantó esta mañana

con el sol que lo baña de luz;

el grillito no se dio cuenta

que la noche ya pasó,

¡ay! grillito distraído,

toca que toca que toca

y no para con su canción.

El grillito salsa que salta

fue a subirse encima de un almohadón,

y cantó toda la tarde

una vez y otra vez su canción;

el grillito no se dio cuenta

que el sol brilla en el jardín,

¡ay! grillito distraído

toca que toca que toca

y no para con su violín.

 


martes, 25 de agosto de 2020

LA NOCHE DEL ELEFANTE- GUSTAVO ROLDÁN

El circo llegó al pueblo, y con el circo llegó el elefante.

–¡Estoy podrido! –fue lo único que se le oyó decir cuando bajó del tren.

El elefante había viajado con el circo por París, Londres, Moscú, Buenos Aires, siempre por las más grandes ciudades del mundo, y ahora, cruzando el Chaco, había llegado a Sáenz Peña, que seguramente también era una de las grandes ciudades del mundo.

Ahí fue cuando dijo:

–¡Estoy podrido!

Y no habló más. Los otros animales lo miraron sorprendidos, porque no estaban acostumbrados a que anduviera protestando.

Al contrario, tenía fama casi de demasiado manso.

La rutina siguió. Levantaron la carpa, acomodaron las jaulas de las fieras, y prepararon un desfile por las calles para que a todo el pueblo le diera ganas de ir a ver las maravillas del circo más hermoso.

Todo marchaba sobre ruedas. O por lo menos parecía. Nadie se había dado cuenta de que el elefante andaba más trompudo que de costumbre. Nadie sabía que mientras el tren iba recorriendo los caminos del Chaco el elefante se había puesto a oler.

Era el olor de los árboles, era el olor de un río, era el olor de la selva. Miró por entre los barrotes de su jaula y vio miles de pájaros que volaban y se posaban en los árboles, y miró los árboles.

No eran los mismos que conociera, pero eran árboles.

Tampoco los pájaros eran los mismos, pero eran pájaros.

De un lugar así lo habían sacado los cazadores hacía muchos años, tantos, que ya ni sabía que se acordaba. Pero ahora de golpe, se le vino encima toda la memoria.

Y entonces se acordó de los grandes espacios por donde correteaba con la manada, se acordó del calor y de las noches inmensas cuando toda la tierra era de los elefantes. Se acordó de las grandes caminatas para buscar agua y comida y de las peleas con el tigre.

Y se acordó del miedo.

Era un elefante joven, con colmillos que comenzaban a crecer con fuerza, cuando conoció el miedo. Fue cuando llegaron los cazadores. Hasta entonces creía ser un animal más fuerte, un animal que podía matar al león con su trompa poderosa y sus colmillos. Un animal que ya había enfrentado al tigre de suaves manchas y lo había visto huir.

‒¡Qué pequeños son! –pensó cuando vio a los cazadores.

Pero no sabía que tenían dardos con venenos para hacer dormir a un elefante, y que tenían jaulas de hierro capaces de aguantar toda la fuerza y el peso de su cuerpo.

Después pasó a otras manos que lo cuidaron mucho mejor.

Nunca le faltó agua ni comida, pero siempre con una gruesa cadena atada a la pata. Le enseñaron pruebas y lo premiaron cada vez que aprendía a repetirlas. Y cada vez que aprendía también iba aprendiendo que ahora debía vivir con los hombres.

Entonces lo llevaron al circo con otros animales y con otros elefantes. Durante muchos años siguió aprendiendo y olvidando, hasta que un día casi estuvo convencido de haber nacido en el circo y de que ése era el mundo de los elefantes.

Ya no tenía la gruesa cadena atada a la pata. Pero había otra cadena, invisible, que lo dejaba atado al lado de los hombres. Y tal vez era más difícil de romper que una cadena de hierro.

Recorrió grandes ciudades, y ahora, al sentir el olor de los árboles, del bosque, al ver volar tantos pájaros, fue como un golpe, casi como el pequeño golpe que sintiera cuando un dardo se le clavó una tarde lejana porque no huyó de los cazadores.

No estaba dispuesto a escapar de seres tan débiles.

Fue así, como un pequeño golpe. Y se le vino encima toda la memoria.

Esa noche, cansados, todos en el circo se durmieron temprano. Pero el elefante no. Despertó a la elefanta y le contó sus planes.

Ella dijo primero que no, que estaba loco, que qué iban a hacer en un mundo desconocido, que aquí nunca les faltaba comida, que todas las noches los aplaudían a rabiar, que quién sabe lo que les esperaba afuera de la carpa.

–Claro que quiero irme y ya mismo –dijo finalmente la elefanta.

–¿Qué vamos a hacer? –dudó ahora el elefante.

–No sé. Pero si allá afuera hay árboles y hay un río y hay una selva, ése es nuestro lugar.

–¡Aquí estamos seguros!

–Pero no tenemos aire libre.

–¿Entonces querés irte?

–Elefante, ¿qué estás pensando? Este es el mejor momento para salir de aquí. Después veremos –dijo convencida la elefanta.

Y se fueron…

Caminaron sin hacer ruido, y se alejaron lentamente del circo. Siguieron por las calles dormidas de la ciudad y sin mirar atrás llegaron a los primeros árboles. Arrancaron con la trompa un manojo de hojas frescas y sintieron que eso se parecía a la felicidad.

–Ahora podemos descansar un rato –dijo la elefanta.

–No, todavía no –dijo el elefante–. Mañana van a salir a buscarnos.

–¿Nos encontrarán?

–Si nos alejamos mucho, no. Tenemos que meternos en el monte, lejos de los caminos. Nos van a buscar por los caminos.

Y se internaron en el monte, y caminaron sin descansar, abriéndose paso entre la maleza. Días y noches caminaron, encontrando cada vez más árboles y árboles cada vez más grandes.

Y encontraron espacios abiertos para correr y largas noches bajo las estrellas. Descubrieron el canto de los pájaros y el sonido del viento. Vieron volar las bandadas de garzas blancas y se quedaron quietos escuchando el griterío de las cotorras.

Probaron distintos pastos y las hojas de distintos árboles, y fueron descubriendo sabores dulces y amargos y fueron eligiendo, porque tenían para elegir.

En la laguna vieron rastros de toda clase de animales y jugaron echándose agua con la trompa. Y sintieron el calor del sol y la frescura de la sombra. Caminaron. Y cada noche sentían que estaban un poco más cerca.

Y vino un olor a tierra mojada y los elefantes se quedaron inmóviles, recordando. Sabían que ahora vendría una de las cosas más hermosas. Llegaría la lluvia. Esperaron la lluvia. Esperaron la lluvia con las trompas levantadas, lanzando el enorme grito de los elefantes.

El agua comenzó a caer y sentían que los lavaba y refrescaba, que les sacaba el recuerdo de las jaulas y de las cadenas y gritaron de nuevo. Hasta cansarse de gritar. Hasta que se acabó la lluvia.

Eran nuevos elefantes.

Cada vez que escuchaban algún ruido se quedaban quietos.

Sentían demasiado el olor de los hombres todavía. Tenían que llegar más lejos.

¿Dónde quedaba ese lugar más lejos?

Siguieron caminando…

Nadie sabe si fue el instinto y la inteligencia de los elefantes, o si fue simplemente el azar. Pero lo cierto es que se encaminaron hacia un lugar de monte impenetrable lejos de las ciudades y del hombre.

Y ahí se quedaron, en el monte chaqueño.

Nadie volvió a verlos nunca.

Nunca intentaron volver.

 

 

lunes, 24 de agosto de 2020

24 DE AGOSTO: DÍA DEL LECTOR

Este lunes 24 se celebra el Día del Lector en homenaje al nacimiento del escritor Jorge Luis Borges. Este festejo tan especial para quienes se entregan al disfrute de los libros es una oportunidad para destacar las virtudes de este hábito en la infancia.