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sábado, 15 de mayo de 2021

LOS SECTORES POPULARES EN LOS SUCESOS DE MAYO- PACHO O'DONNELL

 

Página 12

15 de mayo de 2021


Una diferencia fundamental entre la versión nacional, popular y federal de nuestra historia con la historiografía liberal y oligárquica, que no enseñaron y nos siguen enseñando, es la reivindicación de la participación de los sectores populares en las circunstancias claves de la vida de nuestra Argentina.

Los sucesos de Mayo son apropiados para demostrarlo. Según la versión de nuestra historia oficial se habría tratado de un putsch de criollos de clase alta que desplazaron del poder a sus pares representantes del rey de España aprovechando su debilidad por estar prisionero de Napoléon. Belgrano, Moreno, Passo, Castelli, los Rodríguez Peña, pertenecían a la categoría de “decentes” como se autodenominaban los de clase privilegiada.

La historia de los “grandes hombres”, en la que no hay lugar para las mayorías populares, nos ha tratado de convencer de que el pueblo común, la plebe, no tomó parte de los hechos de Mayo, de la misma manera que las derechas reaccionarias se esfuerzan políticamente por mantener a la clase trabajadora fuera de las decisiones públicas. Sin embargo de no haber sido por la intervención popular la insurrección independentista no hubiera sido posible.

Dicha participación plebeya se dio por dos vías: una de ellas fue el activismo de la ‘Legión Infernal’ liderada por Domingo French y Antonio Beruti, también conocidos como los ‘chisperos’ pues portaban y usaban armas de fuego que en aquellos tiempos detonaban a chispa. Constituían un temible grupo de choque integrado en su gran mayoría por pueblo humilde, excluidos de privilegios de clase, orilleros de extramuros, también afrodescendientes, gauchos y originarios. Comprometidos con el derrumbe del poder virreinal.

El otro vector de la participación popular fueron la milicias populares que se formaron cuando las tropas regulares españolas fracasaron indignamente ante la primera invasión inglesa. En la seguridad de que habría una segunda intentona, Liniers organizó fuerzas civiles armadas, siendo la más importante en Buenos Aires la de ‘Patricios’, cuyo jefe era Cornelio Saavedra. Es decir que las armas pasaron de los españoles a los criollos, circunstancia que sería decisiva en la semana de Mayo.

Los ‘infernales’ tuvieron una participación decisiva en los disturbios callejeros que presionaron al gobierno virreinal para convocar el Cabildo Abierto: despegaban los bandos oficiales, amenazaban a los partidarios del virrey, recorrían las calles gritando consignas levantiscas. Acciones silenciadas en la historia oficial.

Por ello Cisneros convocó a Saavedra y le ordenó reprimir los disturbios, a lo que el vendedor de vajilla improvisado jefe militar se negó dignamente: “El que a V.E. dio autoridad para mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”.

El Cabildo del 22 de mayo es el momento crucial en que los asistentes votaron la defenestración del Virrey, luego de un debate protagonizado por Lué, Castelli, Villota y Paso. Pero para comprender lo allí sucedido cabe señalar que las invitaciones elegidas y enviadas por los virreinales fueron 450, lo que garantizaba el triunfo de Cisneros. Pero de ellos sólo concurrió la mitad. ¿Cuál fue el motivo de tamaño ausentismo? Los ‘infernales’, con la colaboración algo disimulada de los Patricios, controlaron la concurrencia.

Apostados en los arcos que daban entonces el ingreso a la Plaza dejaron pasar a los partidarios de la caída del gobierno virreinal y con prepotencia se lo impidieron a sus adversarios. Y para distinguir a unos y otros proveyeron de cintitas, probablemente blancas, que se prendían en la solapa o en los sombreros. Ese es la verdad de las supuestas escarapelas patrias. Lo que es claro es que sin esa acción de “colador” a cargo de la chusma armada otro podría haber sido el resultado de la votación.

Dos días después se produciría la decisiva y polémica jornada del 24. El Cabildo había quedado con la misión de nombrar una Junta que sustituyera al gobierno virreinal. Entonces sucedió algo típico de todas las insurrecciones que en nuestro planeta se dieron: llega un momento en que los sectores acomodados que participan de la rebelión se asustan de que el entusiasmo de la plebe por la posibilidad de un cambio social que los favorezca se lleve por delante sus privilegios y entonces llegan a acuerdos con el poder cuestionado. Eso quedó claro cuando el 24, con el beneplácito de ambos sectores de “decentes”, criollos y españoles, quedó conformada una Junta presidida por Cisneros, que así conservaba el poder, secundado por dos comerciantes españoles, Solá e Inchaurregui, y dos criollos, Saavedra y Castelli. Las dos figuras más importantes de la insurrección patriota.

Siempre se nos enseñó que fue una trampa de los virreinales, sin embargo lo cierto es que Saavedra y Castelli firmaron su aceptación y según contaría Tomás Guido en sus ‘Memorias’ los otros ‘alumbrados’ dieron su conformidad y el día transcurría con serenidad, como si la revuelta hubiera llegado a su fin muy posiblemente con el acuerdo de que de allí en más los criollos tendrían acceso a los niveles más altos del ejército, de la iglesia, de la administración hasta entonces reservados solo para los nacidos en la península ibérica.

Pero entonces intervino la rabiosa indignación popular, esa que no hacía mucho había rechazado en dos oportunidades al ejército de la potencia más fuerte de aquellos tiempos, y se puso nuevamente en acción para continuar la revolución que sus jefes habían abandonado inconclusa.

Fue entonces que Beruti y algunos de sus ‘chisperos’ subieron en tropel las escaleras del Cabildo, forzaron la puerta y exigieron a los asustados cabildantes la renuncia definitiva de Cisneros: "Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí . ¡Sí o no! Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada".

Por su parte, Martín Rodríguez, en representación de los ‘Patricios’, también tomó su parte en la amenazante coacción: “Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros.”

La importancia de tan decisiva participación de los sectores populares hizo también inevitable su protagonismo en la definitiva constitución de la Junta de Mayo ya que según Tomás Guido fue Beruti quien, dando fin a deliberaciones que se prolongaban, tomó un papel y escribió los nombres, seguramente luego de consultar con los jefes de las milicias. También es seguro que Belgrano y Castelli opinaron.

 

martes, 11 de mayo de 2021

11 de MAYO: DÍA DEL HIMNO NACIONAL ARGENTINO

https://youtu.be/j4xrsNI13rI 

ESPANTA Y PÁJAROS- LILIANA BODOC

-¡Pobre Espanta!- le dijo un gorrión a una alondra-. Su tristeza es tan grande como cinco otoños, una plaga de langostas y un pan duro.

-Así de grande..., tienes mucha razón -contestó la alondra-. ¡Y el pobre no llora por evitar preocuparnos!
Pero la alondra estaba equivocada. ¡Claro que lloraba el Espanta! ¡Y lloraba a cántaros! Sólo que lo hacía cuando estaba lloviendo para que nadie se diera cuenta.
Una lechuza, vecina de árbol, descendió dos ramas para intervenir en la conversación.
-¿De quién están hablando? -preguntó.
-Del espanta más viejo de por aquí -respondió el gorrión.
-¿El que vive en el maizal, detrás de la loma?
-Ese mismo.
El caso es que los Espanta envejecen como cualquier ser viviente. Las tormentas debilitan sus esqueletos de madera, los fuertes vientos se van llevando, en hilachas de estopa, sus largas melenas. El granizo, cuando llega, les agujerea el sombrero. Y un poco, el corazón.
También, igual que todos los que estamos vivos, los Espanta sueñan. Y el Espanta que habitaba en el maizal, detrás de la loma, tenía su propio sueño. Un sueño sencillo para muchos; pero imposible para quien tiene los pies atrapados en la tierra.
-¿Imposible...? -dijo el gorrión-. ¡Cuando de sueños se trata esa palabra no tiene sentido!
Pero sin importar lo que el gorrión opinara, el sueño del viejo Espanta parecía realmente imposible. Porque el Espanta soñaba con ver el arroyo que atravesaba el arroyo muy cerca de allí.
-Cerca para quien tiene alas, patas, piernas o tentáculos -opinó la lechuza- Pero lejos, ¡muy lejos!, para quien tiene..., tiene... ¿qué tiene?
-Raíces - afirmó el gorrión.
Atado a la tierra, el Espanta escuchó durante muchos años el sonido del arroyo que pasaba. Más fuerte en verano, más suave en invierno. Más silbado en otoño, más desordenado en primavera.
-Si es tan hermoso escucharlo -suspiraba- ¡cuánto más hermoso será verlo!
Cientos de veces le preguntó a los pájaros: ¿cómo es el arroyo?, ¿cómo es el arroyo que atraviesa el campo?
Y los pájaros se esmeraron en sus descripciones y respondieron como poetas:
"El arroyo es una canción que moja".
"Es una serpiente azul que nunca termina de pasar".
"El arroyo es la sombra de un rebaño que anda por el cielo".
Sin embargo, aquellas invenciones sólo lograban que el Espanta tuviera más ganas de ver el arroyo con sus propios ojos: dos enormes botones cosidos en su cabeza de trapo.
Así pasaron las estaciones. Y mientras más envejecía, más penaba el Espanta:
-No quisiera morir sin ver el arroyo. No quisiera...
Los pájaros estaban preocupados. La temporada de tormentas estaba cerca, y era posible que el Espanta no soportara otra granizada sobre su corazón. ¡Habría que aceptarlo...! El pobre iba a morir sin cumplir su sueño. Luego, el granjero colocaría un Espanta joven, y el asunto quedaría en el olvido.
-Yo nunca lo olvidaré -afirmó el gorrión.
-Muy bien -dijo la lechuza-. ¿Y qué puedes hacer para remediarlo?
El gorrión estuvo pensando todo el día, el otro y el siguiente; porque no le gustaba abandonar a sus amigos.
Las primeras nubes de la temporada de tormenta aparecieron en el horizonte. El Espanta, que presentía el fin de su tiempo, se ocupaba únicamente de escuchar el paso del arroyo. Como si de tanto escucharlo, pudiera verlo.
Tan cerca estaba el arroyo. Y sin embargo estaba tan lejos para que lo no tenía tentáculos, patas o alas.
-¡Yo tengo alas...! ¡Y también pico! -exclamó el gorrión. Y agregó-: Tú, alondra, también tienes alas y pico. También tú los tienes, lechuza.
-¿Qué clase de disparate anida en tu cabeza? -La lechuza estaba preocupada.
El gorrión tenía en la cabeza uno de esos disparates que solo puede dictar el amor todopoderoso. El gorrión pensaba que sería posible hacer un pozo, y arrancar al Espanta de la tierra. Luego alzarlo por los hombros de su saco harapiento, y llevarlo en vuelo hasta el arroyo.
-Los granjeros aseguran muy bien a los Espanta para que no se los lleve el viento -dijo la lechuza-. Tendríamos que cavar un pozo demasiado profundo. ¡Imposible!
Como al gorrión no le gustaba esa palabra, respondió con cierto enojo.
-Piensa, mi buena lechuza, que tu pico puede servir para algo más que para comer insectos y semillas. Y que tus patas pueden  servir para algo más que sostenerte en las ramas el día entero.
La lechuza, sin embargo, no se convencía con facilidad.
-Puedo aceptar eso. Pero, ¿cómo haremos para levantarlo? Así como lo ves de flaco, el Espanta es demasiado pesado para nosotros.
-Tal vez sea pesado para nosotros tres, pero no lo será para todos los pájaros del campo.
La alondra había guardado silencio. Pero cuando abrió el pico para hablar, el gorrión lamentó, por única vez en su vida, no poder sonreír.
-Aunque sea un disparate -dijo la alondra-, te ayudaré a convocar a todos los pájaros del campo. Cruzaremos el cielo de ida y de vuelta. Al fin y al cabo, para eso están el cielo y las alas.
Al oír semejante cosa, la lechuza comprendió que tenía dos alternativas: el entusiasmo compartido o el pesimismo solitario. Y como no era sonsa, era lechuza, eligió el entusiasmo. Y allí partieron los tres, arrastrando en su vuelo un propósito de gigantes.

Al amanecer siguiente, el Espanta vio acercarse grandes bandadas desde las cuatro esquinas del cielo. Le pareció que todos los pájaros del mundo estaban allí. Y aunque no fuera así, al menos eran todos los pájaros del campo.
Cuando llegaron el gorrión carraspeó. Tenía algo muy serio para decir:
-Viejo Espanta -los nervios le cerraban la garganta-: Hemos venido a cumplir tu sueño. Para eso debemos arrancarte de la tierra y... ¡y tú sabes de sobre lo que eso significa!
Espanta lo sabía. ¿Y qué...? De todos modos, la tormenta, que ya ocupaba la mitad más triste del cielo, era la última que podría soportar su corazón.
-¡Estoy listo! -dijo.
El trabajo comenzó de inmediato. Muchos picos, y el doble de alas, escarbaron la tierra. Era necesario hacer un poco muy profundo para que el Espanta quedara libre. Y había poco tiempo porque las nubes ya casi se caían.
-¡Qué no llueva todavía! -pedían los pájaros.
Y tenían razón en pedir. Porque si la lluvia se descargaba, la tierra, se transformaría en barro, el pozo que estaban cavando se anegaría, y adiós sueño.
Los pájaros continuaron cavando y escarbando como si el cansancio fuera una mentira inventada por los hombres. De pronto se escuchó un estruendo.
-La lluvia está cerca -advirtió la lechuza.
Sus compañeros sabían que eso era cierto. Por eso, aunque estaban fatigados y sedientos, con las plumas sucias de tierra, continuaron su dura tarea.
Al cabo de un largo rato se oyó un ruido que no era de tormenta. Era el ruido de un Espanta que se estaba inclinando.
-¡Un poco más! -dijo el gorrión.
-¡Un poco más! -repitió la alondra.
El Espanta siguió ladeándose hasta que, finalmente, su cuerpo se desgajó de la tierra y cayó sobre el campo húmedo.
Los pájaros se miraron entre sí. Ya estaba cumplida la primera parte del trabajo; pero todavía faltaba cumplir el sueño.
Algunos con sus patas, otros con sus picos, los pájaros tomaron al Espanta desde los hombros de su saco hasta el ruedo de su pantalón remendado. Las alas se prepararon para alzar vuelo:
-¡Ahora! -indicó el gorrión.
Entonces, el viejo Espanta ascendió despacio y con poca elegancia. Los pájaros hicieron su mejor esfuerzo, y un poco como barrilete, otro poco como avión averiado, el Espanta subió, subió y avanzó por el aire en dirección al arroyo.
En ese momento cayeron las primeras gotas de lluvia, pesadas como ciruela.
-Llegaremos, llegaremos -decían los pájaros para darse ánimo.
El arroyo sonaba cerca. El Espanta y su sueño estaban a punto de reunirse.
El cielo que los miraba quiso ser útil, y por un ratito retuvo la lluvia guardada en su boca.
Ese breve tiempo fue tan valioso como un siglo entero, porque alcanzó para que el Espanta llegara al arroyo. Allí estaba por fin, y sus ojos de botones se llenaron de lágrimas.
El arroyo del campo era más bello que todo lo imaginado. Más bello que la sombra de un rebaño celestial, una canción de agua y una serpiente azul. Y es que el sencillo arroyo del campo era, en verdad, un sueño cumplido.
-Gracias -dijo el Espanta. Y luego se durmió volando sobre su sueño.
Los pájaros descendieron y, con suavidad, lo depositaron sobre el campo. Recién entonces, el cielo permitió que la lluvia se descargara. Los pájaros se separaron para regresar a sus nidos. El gorrión, la alondra y la lechuza buscaron refugio en el árbol de siempre.
Las tres aves estaban muy cansadas: el Espanta se había marchado, y la lluvia golpeaba el mundo.
-¿Saben una cosa? -dijo la alondra.
-He visto el arroyo cientos de veces, y nunca me pareció tan bello como hoy.
-Lo mismo pensé -dijo el gorrión.
Después de un breve silencio, habló la lechuza:
-También me sucedió a mí.
Y es que ayudando a cumplir el sueño del Espanta, los pájaros también soñaron.